viernes, 6 de febrero de 2009

Tempestad silenciosa

Mediodía soleado y caluroso. Tempestad silenciosa. El entró al bar. Mirada penetrante y turbia sonrisa. Alto en imponente se dirigió a la última mesa saludando al mozo al pasar. Corrió la silla con alegría angelical, colgó el saco en el respaldo y se sentó con carácter endemoniado. Abrió su portafolio. Pidió agua con actitud avasallante. Impulsivamente tierno. Tomó una lapicera y comenzó a escribir. Lo observé solitaria desde mi mesa de enfrente. Allí estaba él: absorto al descuido y esmeradamente disperso. Escribía con ímpetu concentrado. Yo, lo miraba con distraída atención. El y yo no nos podíamos cruzar. Nuestras miradas tenían diferentes horizontes. El buscaba aventurado sosiego y yo necesitaba un agitado refugio. De pronto una simpática silueta femenina se proyectó encima de sus papeles. El se puso de pie con un efusivo saludo. Dejó a un lado los apuntes sobe la silla contigua y ofreció asiento con risa franca. Agasajó a su esperada invitada con cortesía y un café. Mientras tanto, desde enfrente, yo miraba como se nublaba mi día sin saber más de ti.

jueves, 22 de enero de 2009

CICATRIZ

Duele. La puntada lacerante nace en el mismo centro. Se constriñe. Se paraliza. Son instantes eternos. Luego el dolor sube expandiéndose en círculos concéntricos de lluvia. La oleada asoma a la superficie y la espuma queda bordeando con sal la herida. Entonces se relaja, intenta retomar control de sí misma. Pero el recuerdo de una sonrisa tierna arremete indómita otra embestida. Otra vez, con un suspiro entrecortado expira aliento helado. La sal descansó a la orilla de la herida del alma. Secó en un caparazón blanco, fusionó el doloroso corte. Es muy rígida pero cuando en la memoria sube una marea de palabras dulces, se filtra a la superficie por grietas latentes. Arde. Se vuelve a secar y endurece aún más el caparazón. Tira, retrocede ante la regeneración del tejido invisible que reconforta el alma en su padecimiento. Sufre. El alma tiene una cicatriz. Una herida que vistió con nueva piel el viejo dolor, ese que quedó grabado en el centro profundo de sí misma, con la marca indeleble que deja amargo sabor.