viernes, 6 de febrero de 2009

Tempestad silenciosa

Mediodía soleado y caluroso. Tempestad silenciosa. El entró al bar. Mirada penetrante y turbia sonrisa. Alto en imponente se dirigió a la última mesa saludando al mozo al pasar. Corrió la silla con alegría angelical, colgó el saco en el respaldo y se sentó con carácter endemoniado. Abrió su portafolio. Pidió agua con actitud avasallante. Impulsivamente tierno. Tomó una lapicera y comenzó a escribir. Lo observé solitaria desde mi mesa de enfrente. Allí estaba él: absorto al descuido y esmeradamente disperso. Escribía con ímpetu concentrado. Yo, lo miraba con distraída atención. El y yo no nos podíamos cruzar. Nuestras miradas tenían diferentes horizontes. El buscaba aventurado sosiego y yo necesitaba un agitado refugio. De pronto una simpática silueta femenina se proyectó encima de sus papeles. El se puso de pie con un efusivo saludo. Dejó a un lado los apuntes sobe la silla contigua y ofreció asiento con risa franca. Agasajó a su esperada invitada con cortesía y un café. Mientras tanto, desde enfrente, yo miraba como se nublaba mi día sin saber más de ti.